Leishmania. No es el nombre de un país lejano. Quizás
Tolkien podría haberlo utilizado para dibujar una princesa protagonista de oscuras aventuras. En ese caso, el autor no andaría nada desencaminado. Nada.
Kala llegó una tarde, hace ya doce años. Entró en el camino que llega a casa con el trote alegre de un cachorro abandonado que por fin encuentra alguien con quien jugar. Aquel día abrimos la puerta y entró en nuestras vidas. Más tarde llegó Athos y lo acunó. Y le dio calor sin dejar paso a los celos que siempre acechan a las reinas destronadas. Hoy mismo sus ojos hablan de amor y sus orejas caen en reverencia estudiada cuando, simplemente, le miras.