06 Mar Los tres ojos de una madre
Sábado por la tarde. Dicen que las madres tenemos tres ojos. Los dos que la naturaleza nos ha regalado y ese que se instala en la nuca y que es el que de verdad nunca descansa. Se activa nada más dar a luz o traer luz cuando adoptamos, y a veces se desplaza hacia las orejas e incluso baja hasta la barbilla. Un ojo que cuando éramos pequeñas nos volvía locas porque a nuestra madre no se le escapaba ni una y que ahora, como manda la naturaleza, marea lo suyo a los nuestros.
Sábado por la tarde. Colas que rodean el museo Príncipe Felipe. Muchas familias con niños de corta edad. Hace un frío que pela, algo que en Valencia no nos gusta nada, pero hay que elegir el ninot que se salvará del fuego y ese reto caldea el ambiente. Hay 700, con lo que la tarea no es fácil. Pero a los niños y a las niñas les encanta ejercer su derecho a voto, esa práctica en la que en la mayoría de los ámbitos de las sociedad se les excluye.
Sábado por la tarde. Empieza a anochecer y allí seguimos. Mi hija pequeña y mi sobrina están cansadas de hacer cola y se sientan en un banco. Tienes 10 y 11 años y están escribiendo poesías en la libretita donde anotarán los ninots que más les gusten. Al alimón. Un rato atrás la cosa iba de experimentos científicos. La infancia es un pozo sin fin de creatividad que la pubertad empieza a hacer ciego.
Sábado por la tarde. El tercer ojo me sacude. Estoy con mi marido y mi otra hija en la cola, pero el tercer ojo está dónde le corresponde: vigilando como si no lo hiciera. Mi hija y mi sobrina se levantan del banco. Un hombre de aspecto juvenil les ha pedido que le hagan una foto con su móvil. De haber tenido la sangre más fría me habría quedado observando por si le pillaba en falta. Pero la leona del tercer ojo salta y se planta en dos zancadas junto al banco. Él me ve y con sonrisa nerviosa toma el móvil rápido, les da las gracias y se larga.
Sábado por la tarde. Las reprendo. Mira que saben que no deben, pero me dicen que soy una exagerada, que el chico solo quería una foto y que ellas saben hacer fotos con un móvil, claro… Faltaría más. No se plantean, claro, como yo lo hago y creo que cualquier madre en mi lugar, que habiendo cientos de adultos en la cola que pueden hacer esa foto, el joven se tome la molestia de hacer levantar adrede de un banco a dos niñas, aparentemente solas, charlando y escribiendo de sus cosas.
Visitamos la exposición, nos reímos un rato, dudamos y finalmente votamos. Pero a mí, todavía, se me eriza la piel al recordar la otra escena. Puede que me equivoque, pero mi sexto sentido me hizo recelar, y mejor no bajar la guardia en estas idas y venidas de gente porque ellos siempre, por desgracia, están “cariñosamente” alerta.