
21 Abr El bombo no lleva sus números
Hola amiga mía, ya estamos en la semana 5 de confinamiento. Te puedes imaginar las ganas que tenemos de volver a la normalidad, pero parece que aún tardaremos un poco… Hoy llueve mucho y el tiempo está gris. Ya sabes que yo sin luz me torno verdosa…
Tengo un sentimiento de angustia que no cesa. Y es una sensación que me dice despacito al oído que no voy a poder perdonar a este país. No voy a poder perdonar que esté dejando morir a nuestros abuelos. A nuestros mayores… Creo que debería hablar en plural, porque yo tengo la misma culpa que el resto…
Un abuelo es igual que un niño: no razona, necesita continuamente llamar la atención, a veces intenta enfadarte, a veces intenta que te rías. Necesita de tus ojos, de tus manos, del agua y jabón que tú le des, de lo que le cuentes, de lo que le escuches. Necesita que le peines, que le vistas, que le perfumes, que le recuerdes que es hermosa o hermoso. Y eso solo se consigue con TIEMPO. Y en la sociedad en la que vivimos el TIEMPO ES DINERO. Por eso mueren. Porque no hay personas para mimarlos, para lavar sus manos cada hora, para cambiar ese pañal que les humilla tanto, para poner crema en sus heridas. En las reales y en las de la vida…
No puedo evitar dar gracias porque mi madre y mi tía no están viendo lo que pasa en la calle. Han muerto cientos, miles de personas… y la mitad son abuelitas y abuelitos. Los que construyeron el país después de la guerra civil, los que han criado a sus nietos para que sus hijos pudieran ir a trabajar y se pudieran comprar un coche o un mejor vestido (porque de pagar por ese servicio pocos hijos…), los que casi sin saber ni leer ni escribir construyeron empresas y sacaron nuestro país adelante, los que superaron los odios de una guerra que no parece acabar nunca y consiguieron una democracia. A todos ellos, les estamos dejando morir como perros.
Hay muchas razones por las que ingresar a una persona mayor en una residencia. Nuestro ritmo de vida nos ha impuesto o “ha hecho que nos impongamos” nuevas prioridades en las que ellos no están presentes en muchos de los casos. Y yo no voy a juzgar a nadie, faltaría más. Cada familia es un mundo y creo y confío que en la mayoría de ocasiones, están bien cuidados en esos espacios. Pero cuando ha llegado el bicho, las autoridades de todo tipo, se han creído que una residencia es un hospital. Que los auxiliares de geriatría son enfermeros y médicos y que las residencias son hospitales. PUES NO.
Los médicos, los políticos, los enfermeros y todo el resto de ciudadanos tendremos que vivir el resto de nuestra vida con el dolor de saber que, cuando un bicho invisible y letal llegó a nuestras vidas no estábamos preparados. Que cuando se organizaron por fin los hospitales y diariamente salían unos señores y unas señoras a dar números y números de contagiados, curados y de muertos, los números de nuestros ancianos quedaron, cruel e impunemente, fuera del bombo de la esperanza de la cura… Desde el minuto uno.