30 Nov Donde el corazón nos lleve
Me he mudado siete veces. Un número mágico que no quita sin embargo hierro al asunto: no hay barita para que el embalaje y desempaque se hagan solos…. Pero hay momentos entrañables al acariciar uno a uno tus libros o reencontrarte con los dibujos y notas de tus hijas y sus “te quiero” en letra cum laude para la presbicia.
Anoche la madrugada me tiró de la cama y me leí de tirón un libro de los que había apilado tras la mudanza con la intención de releer. Fue un boom literario de los noventa: “Donde el corazón te lleve”, de la italiana Susanna Tamaro. Uno de esos libros cuyas frases te arropan y hoy, que a diferencia de entonces soy madre, además te reconcilian. Una lectura que recomiendo para quienes tienen hijos e hijas adolescentes.
Olga, la abuela/madre, sufre la adolescencia indolente de su hija y de su nieta. Y con la serenidad que dan los años y la distancia física reflexiona sobre esa etapa marcada por la rebeldía y las ansias de libertad y de independencia. También de los necesarios límites, de hasta qué punto inmiscuirse más que una intromisión en un deber pese al natural rechazo. Eso tiene vivir “en el mismo árbol”, como resalta Tamaro, pero en “estaciones diferentes”. Un símil, el del árbol, que es recurrente y que en ese camino donde el corazón te lleve debería crecer en equilibrio entre sus raíces y su copa.
La astucia de la niñez, la importancia vital del amor en la infancia, la complejidad de las relaciones humanas en el seno más íntimo, el de la familia, el peso de las ausencias o la necesidad de encontrarse a uno mismo, de conocerse, de la naturaleza y el aquí y ahora nos invitan a trasladarnos a nuestra propia existencia.
Madres, padres, no bajemos continuamente a la arena retadora de nuestros queridos “aborrescentes”, como les llama tiernamente una amiga, aunque el cuerpo nos lo pida a gritos, porque nos encontramos en una etapa en la que en lugar de contar hasta diez es mejor hacerlo hasta cien. Y aunque parezca que no nos escuchan e insistan en que de repente manejamos códigos que cortocircuitan el diálogo, no dejemos de hablarles, de aconsejarles, de estar ahí siempre porque aunque antes se quedan sin móvil que reconocerlo, necesitan más que nunca de nuestras palabras, de nuestro afecto y de nuestra experiencia… donde el corazón nos lleve.